En las calles, parques y avenidas de Lima, una presencia curiosa llama la atención de vecinos y visitantes. Ardillas de nuca blanca, originarias de los bosques secos del norte del Perú, se han integrado al paisaje urbano de la capital. Son vistas en los árboles, corriendo por el cableado eléctrico y acercándose a las personas, quienes muchas veces las alimentan y, en algunos casos, hasta intentan domesticarlas.
Esta proliferación no es producto del azar. Según expertos, las ardillas fueron introducidas a Lima en décadas pasadas, probablemente como parte del tráfico de especies exóticas o incluso como un intento de controlar plagas como las palomas. Desde entonces, su número no dejó de crecer, abriendo un debate en la sociedad limeña: ¿se les debe considerar un problema o un nuevo vecino de la ciudad?
La convivencia con las ardillas divide opiniones. Por un lado, muchos las ven como una adición pintoresca al entorno urbano. Según Panorama, en parques como La Milagrosa o la Residencial San Felipe, algunos vecinos incluso han habilitado puntos de alimentación, donde estos roedores acuden sin temor. Para niños y adultos, estas criaturas son una fuente de alegría y entretenimiento. “Los niños se emocionan cuando las ven. Parecen un poco mágicas, como salidas de una película,” comenta una vecina de San Borja.
Sin embargo, para otros, su presencia está lejos de ser inofensiva. Al tratarse de roedores, las ardillas pueden ser portadoras de enfermedades. Además, su instinto por roer les lleva a descortezar árboles, dañar cableado y alimentarse de la comida destinada a otras especies en lugares como el Parque de las Leyendas.
“En los aviarios hemos tenido que reforzar las mallas porque las ardillas ingresan y roban el alimento de los guacamayos,” detalla un trabajador del zoológico.
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