El chacchado, también conocido como acullico o picchado, es mucho más que un simple acto de masticar hojas de coca. Este hábito milenario, profundamente arraigado en las culturas andinas, encierra una dimensión simbólica y social que a menudo es malinterpretada o prejuzgada desde fuera. En una sociedad globalizada donde los prejuicios suelen simplificar las tradiciones ancestrales, es crucial comprender el verdadero significado detrás de estas prácticas.
En tiempos del Tahuantinsuyu, la hoja de coca era un símbolo de estatus y espiritualidad. Reservada para la élite inca y los rituales religiosos, su consumo se limitaba a ceremonias especiales que buscaban la conexión con los dioses. Sin embargo, tras la llegada de los españoles, su uso fue masificado y convertido en herramienta de explotación. Los conquistadores incentivaron el consumo de coca entre los trabajadores indígenas para prolongar sus horas de labor en las minas y plantaciones.
Desde entonces, el chacchado se convirtió en una práctica cotidiana para mitigar el hambre, el cansancio y la sed, especialmente en los duros entornos de la puna y la sierra. Pero su significado va mucho más allá de la utilidad física: es un acto de resistencia cultural y un vínculo con la identidad ancestral.
El proceso de chacchar no solo consiste en masticar hojas de coca. Para extraer sus propiedades activas, se añade un elemento alcalino como la llipta (ceniza de quinua o de otras plantas) o cal viva. Esto permite liberar los alcaloides que estimulan el organismo. En este gesto, aparentemente simple, se encuentra una compleja ritualidad que une generaciones y comunidades. Alrededor del acto de chacchar, las personas comparten historias, resuelven conflictos y refuerzan los lazos sociales.
Es importante destacar que esta tradición no tiene relación con el consumo ilícito asociado a la cocaína. La hoja de coca, en su estado natural, tiene un valor cultural y medicinal profundamente respetado en los Andes. Sin embargo, el desconocimiento ha llevado a que esta práctica sea estigmatizada, vista como una costumbre "atrasada" o relacionada con actividades ilegales.
Nuestra sociedad, en su afán de imponer una visión única de progreso, muchas veces desacredita las costumbres de los pueblos originarios. Olvidamos que la diversidad cultural es una riqueza invaluable y que las tradiciones como el chacchado reflejan una conexión profunda con la tierra, la historia y la comunidad.
Hablar del chacchado no es una apología al consumo, sino una invitación a entender y respetar. Como bien expresa un dicho andino: "Ama llulla, ama quella, ama suwa", no seas mentiroso, perezoso ni ladrón, pero sobre todo, no seas ajeno a lo que no comprendes. Los Andes nos enseñan que el masticar de una hoja puede ser un acto de unión, de resistencia y de pertenencia.
A través del chacchado, los pueblos han logrado preservar una parte esencial de su identidad. Y es tarea nuestra, como sociedad, reconocer y valorar esas tradiciones que nos recuerdan la importancia de la diversidad cultural y la riqueza que encierra el diálogo entre las costumbres.
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