"¿Truco o trato?", esta es la pregunta clásica que hacen los niños, disfrazados de brujas, vampiros y monstruos, cuando salen a la calle, en la tradicional fiesta de Halloween o día de brujas. Este festival marcaba el final de un ciclo en el calendario celta, y también era un día de homenaje a los muertos.
Pero, ¿por qué mencionar Halloween, si hoy también celebramos un día muy especial, que es la Reforma Protestante?
Podemos decir que las dos fiestas tienen algo en común. En la época del reformador Martín Lutero, el pueblo vivía parte del clima de terror que retrata el Halloween. Dios era visto como un juez duro, cruel y vengativo, casi un monstruo. El miedo a la condenación y al infierno eran una fuente de angustia constante. Con este espíritu de temor, Lutero también caminaba por las calles preguntando: "¿Dónde podemos encontrar un Dios misericordioso? ¿Cómo podemos obtener la salvación eterna?"
La fiesta de la Reforma marca el encuentro de Lutero con esta respuesta, expresada también en la carta a los Hebreos: «Y no por medio de la sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por medio de su propia sangre. Entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo, y así obtuvo para nosotros la redención eterna»
Hebreos 9:12
Este es el mensaje liberador profesado por la Reforma: Dios es amor y viene a nuestro encuentro. Ya no hace falta salir a la calle a pedir, es Jesús mismo quien viene a nosotros, quien nos abre las puertas del cielo y nos invita a aceptar el dulce don de la salvación.
¡Qué fiesta tan bonita! A diferencia de Halloween, no es una celebración de los muertos o figuras aterradoras. Al contrario, una fiesta que trae la vida, la alegría y el amor liberador de Dios a cada uno de nosotros.
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