El Coricancha durante la época de los incas
Si te encuentras de visita por el centro histórico del Cusco y continúas el paseo por la emblemática avenida El Sol, te encontrarás con uno de los templos incas más importantes que fueron construidos durante su apogeo: el Coricancha. Llamado así por la unión de las palabras quechuas quri, que significa oro, y kancha, templo. La relevancia de este recinto está en que se trató del principal centro de adoración y culto a Inti, el dios Sol del Imperio Inca, y a otras máximas deidades. 

Es probable que a primera impresión llame poderosamente la atención el imponente edificio católico ubicado al interior de un incólume muro de piedra. Y es que, durante el periodo de colonización española, se levantó sobre sus estructuras el Convento de Santo Domingo, lo que hace que en la actualidad este atractivo turístico sea considerado, además, un símbolo de la mezcla de las arquitecturas inca y española, siendo visitado por millones de personas.

El Coricancha durante la época de los incas 

Según historiadores, el primer nombre de este recinto religioso fue el de Intikancha cuyo significado es Templo del sol. Si bien la fecha de su construcción no está establecida con certeza, se cree que se produjo durante el gobierno del Inca Pachacútec -siglo XV- quien, como parte de la remodelación y embellecimiento de la ciudad del Cusco, ordenó el cambio de nombre a Coricancha y su restauración que incluía la edificación de enormes muros (los más finos de todo el Imperio) y el revestimiento con láminas de oro; esto con el fin de darle una mayor majestuosidad y un carácter sagrado al recinto. 

Antes de la llegada de los españoles, el templo albergaba una gran cantidad de habitaciones que cumplían diferentes funciones y un vasto patio abierto ubicado al centro. Al interior solo ingresaban religiosos y miembros de la nobleza, mientras que el resto de la población podía rendir culto a los dioses a través de ofrendas -utensilios de oro, conchas spondylus y hojas de coca- en los jardines de la planta baja. Con el tiempo, se permitió el ingreso a los ciudadanos con la condición de estar en ayunas, descalzos y con algún bulto o peso cargado sobre la espalda, en señal de humildad.