Cuando suena, tú solo fluyes, fluyes como el viento.  Tu cuerpo se ablanda y hace movimientos.
Parece que te caes pero estás más estable que nunca, solo te mueves al ritmo de la emoción y del sentimiento. Tus brazos de levantan y vuelven a bajar, tus ojos se cierran y tu sonrisa se hace ver. No te importa quien está al lado, en el salón solo estas tú, volando en un cielo de nubes de colores que chorrean sonido.

Fluye, fluye y fluye, no es necesario aparentar nada, crear lo que no existe, todo es natural del alma. Una conexión, el sonido entra por tus oídos directo al corazón, como una inyección.

La música hace magia, hace que las montañas se empiecen a mover. No sé si es Dios, pero hace milagros. Junta almas de diferentes formas y las encaja como un rompecabezas de donde nace lo extraordinario. 
Es un medio de expresión, de desfogue y de placer. Goce, hace que goce hasta el último pelo de tu ser. Al escucharla tu cerebro se llena de luces de neón y tus neuronas producen chispa.
Así que ¿por qué no lees lo demás con un poco de ritmo en tus ojos? Ponte una rolita que fluya por tu cuerpo como si fuera tu misma sangre.

Cierra los ojos por un momento y deja que el aire fluya por tus dedos, que pase por tu cuello, que roce tu nariz.

Eres un canal de energía, deja que por un momento no haya ningún peso en tu espalda, libérate, suelta todo lo que lleves e imagínate que estas en un espacio infinito, nada te va a pasar.
Pierde el control, déjale la responsabilidad al destino. Llénate de una vibra de colores, deja que fluya por tus venas, por el aire, que entre él por cada poro de tu ser.

Ahora recuéstate, chorréate como el agua y piensa. Piensa en nada y percibe todo. 
Tómate tu tiempo.

MILENA WARTHON