De los tres hijos de Gabriel Ántero Castro, un músico aficionado, Max, fue el único que convirtió el pasatiempo de la guitarra y el canto de niñez en la profesión de su vida. Ahora su hijo, de cinco años de edad, ya toca la batería acústica. Han sido 19 años de trayectoria y Max divide este camino en tres etapas, pero siempre con la misma meta: acercar la música andina a los jóvenes.
La primera etapa de Max es de los ocho a los trece años de edad. El niño grabó dos casetes, uno “rústico y sencillo” en su natal Ayacucho y otro de mejor calidad en Lima. Luego, “por un descuido”, y por estar metido realizando conciertos, dejó de grabar.
Después, el artista se dedicó por varios años a ser arreglista y músico de grabación de figuras como Victoria de Ayacucho, Kiko Revatta, Angel Bedrillana, el dúo Antología, y muchos más con quienes grabó varios discos.
“Fue una etapa de aprendizaje y de discos, donde puse algunos aportes”. Esa faceta la dejó cuando retomó su labor de cantante. No fue fácil volver a cantar, cuenta. Por varios años, Max Castro “estaba en cuanto a la voz".
Al inicio veía muy lejano eso de cantar profesionalmente, pero luego se animó y en 2000 editó Duele amar, un disco que “pegó”, lo devolvió a los escenarios pero al mando de su propio proyecto.
“La temática que he tenido desde que inicié este proyecto fue iniciar una nueva corriente y llegar a los jóvenes. Por ello, trato de recrear la música con un espíritu contemporáneo”, explica.
En la misma corriente van las propuestas del grupo Antología y del solista cusqueño William Luna. “Vendrán también nuevos talentos, no sé si con la misma temática, pero la sola idea es que crezca la música andina contemporánea”.